Llega un momento en que uno puede mirarse al espejo y contemplarse. ¿Es que basta con ser uno mismo?

Al menos, vivir desde el ser uno mismo, más auténtico, con el corazón más limpio, se acerca a vivir en el descanso de lo que llamaría paz.
Las maldades, los sinsentidos, las malas emociones y vibraciones de otros, de pronto no desaparecen, pero se da uno cuenta que siempre han estado ahí y ahí seguirán. Y en cierta manera de ese sitio no se moverán, es decir, no forman parte de mi yo genuino.